Reflexiones sobre mi primera experiencia curatorial: Desafíos y oportunidades

PATRIMONIO

Ana Escobar

11/25/20244 min read

Autora: Ana Escobar - Gestora cultural y educadora

Hace algunos años, recién egresada de la carrera de Historia y con experiencia principalmente en educación en museos, tuve la oportunidad de participar en mi primera experiencia curatorial. Junto a un pequeño equipo de investigación, asumimos el reto de conceptualizar y materializar una exposición histórica en conmemoración del centenario de un importante suceso en la historia de Colombia.

Después de plantear los objetivos de la exposición, nos pusimos manos a la obra y empezamos a investigar en periódicos, documentos oficiales y bibliografía especializada lo esencial del tema y hasta logramos crear algunas tesis nuevas que pretendíamos plasmar en las paredes. Este proyecto representó una mezcla de desafíos, aprendizajes y momentos gratificantes que quiero compartir a modo de reflexiones esperando que puedan ser útiles para quienes estén interesados en el apasionante campo de la curaduría:

La investigación como punto de partida: de lo académico a lo divulgativo

El primer desafío al que nos enfrentamos fue definir los límites temáticos de la exposición. Nuestro tema era altamente especializado, cargado de matices históricos que podrían resultar poco atractivos para un público no académico. Transformar este contenido en algo comprensible, relevante y atractivo requería más que una sólida investigación; implicaba redireccionar nuestra mirada de una manera más atenta hacia lo visual, lo llamativo, lo gráfico y lo objetual que se encontraba ligado a nuestra exposición y que ayudarían a narrar lo principal.

Precisamente esa fue la clave que permitió que esta investigación tuviera un potencial divulgativo y, que considero, podría ayudar a pesquisas académicas en la consecución de este mismo objetivo: lograr identificar esos elementos llamativos dentro de la pesquisa que puedan ser traducidos a otros formatos como pueden ser visuales, sonoros, audiovisuales y hasta interactivos y que estén ligados a las ideas principales de lo que se quiere comunicar, ya que estos lenguajes, más que el académico, serán más fáciles de entender para un público general.

El poder de lo visual: comunicar a través de imágenes y objetos

Uno de los mayores retos, como ya se puede inferir de la reflexión anterior, fue convertir un discurso académico, lleno de conceptos y teorías, en un lenguaje predominantemente visual. Aquí radicó nuestra solución: identificar elementos gráficos y objetos que sirvieran como puente entre la información histórica y la percepción del público.

En nuestro caso las fotografías, las gráficas, los retratos, las líneas del tiempo y hasta prendas de vestir de la época se convirtieron en herramientas narrativas esenciales. Estos elementos permitieron que el contenido adquiriera un carácter más accesible, sin perder profundidad ni rigor.

Transformar la información en elementos visuales y gráficos no es tarea fácil. Aquí es donde entra la importancia de trabajar con un equipo interdisciplinario. Diseñadores, museógrafos y especialistas en comunicación aportan perspectivas valiosas que enriquecen la propuesta expositiva. Las diferentes habilidades suman y marcan la diferencia.

Coherencia sobre el detalle: priorizar el mensaje principal

Como en toda curaduría, uno de los momentos más difíciles fue aceptar que no todo el material investigado podría incluirse en la exposición. El espacio expositivo es limitado y depende de muchos factores, por lo que no se trata de contar todo, sino de contar lo esencial.

Esto nos llevó a reflexionar sobre la importancia de priorizar la coherencia del discurso sobre la acumulación de datos: ¿Cuál es el mensaje principal que queremos transmitir? ¿Cómo asegurarnos de que el público salga con una idea clara y significativa? Este proceso, aunque desafiante, es fundamental para garantizar que la exposición cumpla con su propósito educativo y divulgativo.

Ahora bien, lo llamo proceso, porque no pasa de un momento a otro. Es un trabajo continuo de reducción, de ajuste, de diálogo entre diferentes profesionales (y a veces, hasta en grupos focales de público de museo) que permite al equipo dos movimientos: reducción de palabras y traducción de conocimientos complejos a un lenguaje más accesible.

Aquí aprendí a soltar ciertos detalles que, aunque interesantes, no eran indispensables para la narrativa general. Bien hecho este ejercicio simplificar no significa nunca trivializar; se trata de mantener el objetivo claro: hacer que el mensaje principal sea claro, coherente y atractivo.

El trabajo en equipo: un factor determinante

Otro aprendizaje valioso fue entender la importancia de una comunicación fluida y efectiva dentro del equipo de trabajo. La curaduría, a veces pensada como un proceso solitario, realmente es un esfuerzo colectivo que involucra a múltiples actores: museógrafos, restauradores, comunicadores, administradores y educadores, entre otros.

Mantener reuniones periódicas, compartir avances y abrir espacios para el intercambio de ideas pueden ser prácticas que enriquecen enormemente el resultado final. Además, explicar bien los contenidos no solo aclara dudas, sino que también inspira al equipo y refuerza el sentido general de la exposición.

Reflexión final: una experiencia esclarecedora

Mi primera experiencia curatorial me enseñó que una exposición es mucho más que una recopilación de datos. Desde la investigación inicial hasta el montaje final, el proceso requiere creatividad, paciencia y, sobre todo, la disposición para aprender de cada paso.